jueves, octubre 20, 2011

Relato 2. Adaptación de leyenda urbana.

Por favor, no me comas

Mientras Quina y Julieta preparaban la salsa,  Viviana destazaba con agilidad el gran trozo de carne reseca. El reloj marcaba las once y cincuenta, tenían apenas una hora para  preparar  el guisado  pues su padre llegaría en punto de las doce treinta  y no  podría esperarlas.

Si no hubiera sido por el perro que les había robado la barbacoa que habían comprado en el mercado, no tendrían que lidiar a las prisas. Julieta le tenía miedo a su padre, y entre sollozo y sollozo iba condimentando el caldo; no estaba tan segura de librarla y aunque sus hermanas mayores ya le habían dicho que se tranquilizara, ella no podía evitar pensar en lo que les esperaría si la carne aun no estaba servida.

El padre de las mozas era un tirano en cuanto de sazón se trataba, que si esto muy salado, que si muy crudo, que si no le pusieron suficiente clavo. “Da igual, lo hecho esta hecho”, cuchicheó  Viviana al oído de Quina.
¿De quien había heredado el labrador su carácter estricto?, de nada menos que de su madre, la única abuela que les había sobrevivido de la revolución  a las tres hermanas.
Y dieron las doce y media,  las pisadas del caballo se escuchaban  puntuales en la entrada de la casa, y un par de segundos mas tarde; el señor de la casa estaba entrando y sentándose en la mesa.

Quina se acercó tambaleándose con un jarro de café, y Viviana le sirvió un enorme filete entre cuadrado y triangular; Julieta, que veía venir el regaño por tal error, se apresuró a depositar el tortillero frente a su padre.

Después pareció que la suerte les  favorecía  pues el hombre empezó a comer satisfecho, sin decir ninguna palabra, incluso  soltó un murmullo bajo como diciendo: “Que rico está todo”, Sin embargo, lo cierto es que el exigente padre llevaba ya un rato oyendo una vocecita a lo lejos, le sonaba conocida y le decía: “no me comas, por favor no me comas”.

¡Viviana!
¿Si, papá?
¿Hoy no quiso comer tu abuela?
No contestó Quina temblando.
¿Por qué?
No sé las apoyó Julieta
Voy a verla – dijo su padre y se levantó de la mesa con rapidez.

Viviana, Quina y Julieta se atravesaron en su camino, él las miró furioso y las apartó bruscamente  para ir a la recamara de su madre. Y ahí se la encontró… tapadita aún con su chal celeste, con la mirada hacia el techo, y la boca ampliamente abierta, le faltaba la mitad de la espalda, y uno de los huesitos de la columna yacía en el suelo en un charco de sangre; horrorizado, se le puso el rostro blanco, y los ojos humedecidos y cuadrados se volcaron desorbitados  por la tétrica escena sangrienta.

Sucedió como Julieta había dicho: “No nos va a dar tiempo de limpiar el cuarto de la vieja”, y así ocurrió. Al salir de la habitación, el hombre disgustado para comer, ya no encontró a sus tres hijas, sino a unas fieras y terribles lobas, que lo miraron gruñendo y pelando los dientes mientras avanzaban hacia él. ¿Quizá pensaban ya en prepararse la cena?