domingo, enero 15, 2012

Propuesta de Final: Hilo Rojo del destino para El Club de las escritoras



En el capitulo 13:

La voz de la mujer subía de volumen con cada palabra, parecía histérica.

—Ese hombre le dijo al bastardo que iba a matarte también,  que era por tu culpa que esa joven hubiera terminado así... —a sollozar la mujer—, lo siento, Roberto, lo siento tanto.

—¡Mamá, no!

Corrí hacia el almacén, pero nada me preparó para ver lo que se desarrollaba ahí adentro. Roberto estaba parado, paralizado en el medio de la estancia, horrorizado, a unos metros una mujer alta y esbelta, se apuntaba a ella misma con un arma en la cabeza.

—No puedo permitir que me encierren otra vez, lo prefiero así —dijo.

—¡No! —tres gritos sonaron a la vez, pero fueron amortiguados por la detonación del arma. 



Capitulo 14

No quería más muertes. Todo parecía salido de una película, como si mi vida se hubiera quedado atrás de la pantalla de la televisión; me alegraba por Iris, que se había atrasado lo suficiente para que la bala no la alcanzara, la bala que atravesó mi pecho muy cerca de mi corazón.

Seguro que la madre de Roberto se asustó tanto al verme, como yo de verla a punto de quitarse la vida; disparó hacia las sombras y antes de caer vi una mueca en su  rostro; cuando me vio, una absurda inocente en el lugar equivocado.

Cuando vio a Roberto saltar hacia mí, cuando vio a su hijo tomarme en brazos, cuando lo escucho gritar.

-¡No! – él tenia los ojos tan humedecidos que casi se le volvieron grises - ¡Caroline!
Iris se arrodilló junto a Roberto; al que casi ya no podía ver, podía sentir sus brazos rodeándome pero no podía escucharlo, una de sus lágrimas mojó mi mejilla, y él era casi un borrón. A lo lejos logre distinguir a mi agresora, aún tenía la pistola en las manos, y él la llamó.
-¡Mamá!¡espera! – ella fingió no escucharlo y echó a correr; le hubiera dicho que la siguiera si hubiera podido hablar, pero yo estaba en una condición agonizante y temblaba como maraca. Él se quedo junto a mí. Y  justo antes de perder el conocimiento, vi otra sombra que se situó atrás de Roberto y de Iris.
-Caroline… Caroline, no…


***


-Caroline… - necesitaba más que nada escuchar esa voz, me hubiera encantado aunque replicara un “nena”.
Abrí los ojos lentamente, Roberto estaba frente a mi, los ojos tan verdes que me desarman… ¡eso! ¡¿Qué paso después?!
-¡Roberto… ¡atrás de ti y de Iris… había …
-El comandante Bennett – mi amiga se asomó, tenia en las manos su cuaderno de apuntes de lengua y literatura.
-¡Iris! – ella vino a abrazarme, y hasta entonces que me costó trabajo rodearla con mis brazos, me di cuenta que el hombro y el pecho aún me dolían, un hilillo trasparente colgaba con suero y se perdía en la vena de mi brazo  derecho. Estaba en el hospital.
- No te preocupes por nada, el comandante ya sabe toda la verdad…
-¿Qué paso con tu madre, Roberto?
-Nadie sabe donde esta, o si esta viva o muerta – la voz se le quebraba y al terminar de hablar me pareció que retuvo un sollozo – yo sabia que era inocente, y ahora… tengo miedo.
Alguien abrió la puerta y lo primero que apareció fue una cabecita casi calva y un par de hoyuelos colorados que combinaban perfectamente con aquellos ojitos azules. ¿Víctor Di Steffano?
Iris sonrió, y corrió hacia Carla para cargar al niño. Roberto estaba tenso, cabizbajo, mientras mi amiga y yo platicábamos con ella, al parecer ambas habían hecho amistad cuando yo me encontraba inconscientemente convaleciente.

Por un gran milagro, quizá el milagro del amor, ya estaba casi compuesta; Carla se despidió cuando el pequeño Víctor empezó a llorar; ya se iba pero se giró bruscamente y soltó con una voz en momentos totalmente ahogada en sollozos…
-¡perdón! Perdóname Roberto, me arrepiento tanto de lo que te hice, yo… mi hermano… - casi no podía controlar su llanto; Roberto dejó de apretar mi mano y  fue hacia ella, tomó una manita del bebé y lo besó en la frente. Víctor dejo de llorar.
-alguien, la única que creyó en mi, me enseño que el presente es lo que vale, Carla el pasado… ya no importa, te perdono.

Y Roberto volvió a aparecer en mis ojos como un lejano borrón, estaba tan conmovida, tan enamorada, y no pude evitar llorar de felicidad. Como tampoco pude evitarlo cuando un par de meses después me encontraba entre sus brazos, la luz de la luna iluminaba su rostro y su sonrisa, él sonreía para mí.
-me encanta tu sonrisa – susurre a su oído
-¿sabes que yo sonrió solo para ti y por ti? – Sí. Lo sabía.
-¿a si? – él me respondió con un beso.
- ¿Caroline… - dijo apartándome lentamente, por supuesto yo me rehusaba y como buena rebelde mordí su labio. Él sonrió.
-Caroline esta no es una historia de vampiros
-por poco
-¡que graciosa!, pero es hora de irnos, mañana hay clases y como el buen novio, declarado formalmente y responsable y Di Steffano
-Suenas fatal – lo bese – tu fuerte no es el don de convencimiento, pero quizá una cierta cantidad de besos te servirían para negociar…
-¡Caroline! Es tarde, te llevare a tu casa ahora mismo.
-Por favor, espera… - una voz conocida nos interrumpió, Roberto corrió.
-¡Mamá! – la abrazó, levantándola del suelo. Había cambiado, sus ojos verdes lucían un destello de preocupación cada que volvíamos del zoológico sin ella. Había madurado tanto en poco más de dos meses, íbamos a buscarla ahí porque él decía que si estaba viva tendría que encontrarla en ese lugar de donde eran tantos recuerdos hermosos de su infancia a lado de su madre. A veces hasta llevábamos a Víctor y a Carla.
Roberto y yo mantuvimos viva la esperanza, y sí, ella estaba llorando, estrechando a su hijo con fuerza. Y cuando se apartaron  y me miró…

-Estoy feliz porque por fin tienes la familia que mereces Roberto – le hizo una seña para que esperara cuando él iba a interrumpirla – ya hable con el comandante Bennett, yo mate a Vincent y no me arrepiento porque él quería matarte hijo, voy a pagar una sentencia por eso. Tú sólo se feliz y haz feliz, perdóname porque yo no pude darte la felicidad.

Se dio la vuelta para irse, Roberto dudó un momento a mi lado, y luego me jaló para alcanzarla.
-¡mamá! ¡Voy contigo! Nunca más te dejare sola.
-Caroline… ¿prométeme que no lo abandonaras?
-Por supuesto que no, nunca – respondí.

Es mi mejor compañía. Es mi destino.