domingo, abril 22, 2012

Landoto. Capitulo 7



- Nunca me atrevería, Flor – Homero estaba muy cerca, ella podía escuchar su corazón, y no lo creía. Para Flor era el momento perfecto, Homero no sabia que hacer, estaba al alcance de sus labios, así que asumió el riesgo y rozó lentamente los labios de ella con los suyos; pero se apartó de inmediato y empezó a caminar rumbo al volante.
-Te quiero – le dijo ella y se bajó del vehículo para alcanzarlo; cuando estuvo lo suficientemente cerca lo atrapó entre sus brazos y la carrocería negra y brillante de la limosina.
-¿Qué?-titubeó Homero
-que estoy tontamente enamorada de ti
-Yo nunca me burlaría de ti, Flor; ¿entonces, por que tú sí te burlas de mí?
-¡No! Homero, yo te quiero, de verdad, pero… es muy difícil decirlo
-No te creo, no puedo
-¡Homero! ¡Te quiero!, ¿es tan complicado?
-No, es que…
-Déjame demostrarte que digo la verdad – le dijo a media voz mientras le besaba la oreja.
-¿eso como lo vas a hacer?
-Aun no se, déjame improvisar Homero, no me presiones
-Bueno
-¿Bueno?
-No se que debo decir…
-¡Tengo una idea! Cambiemos de lugar
-¿Qué?
-Yo seré la conductora y tú el supermodelo – Homero le tocó la frente muy preocupado, sospechaba que  tanta locura podría ser de fiebre, pero no recordaba que ella estuviera resfriada; al contrario, ella lucía tan fresca como una lechuga y tan incontrolable como un tornado de Texas.
-¡No! – se apresuró a responderle, no quería caer en su juego, porque quizá después no pudiera detenerse
-¿Por qué no?
-Sigues burlándote de mí
-Sólo dame tu gorra, Homero – Flor le hizo cosquillas hasta que logró arrebatarle la gorra, enseguida lo despeinó un poco, y le aflojó la corbata azul celeste que le colgaba del pecho - y quítate la corbata
-¿Para qué? Esto no sirve para nada
 -Sera divertido, lo prometo – por fin lo soltó y se acomodó  rápidamente en el asiento del conductor - ¡Sube ya!
-¡Espera! ¡Flor! – Homero apenas había puesto un pie adentro del vehículo, cuando ella ya había clavado sus altísimos tacones en el acelerador - ¿Quieres matarnos?
-¡de amor, Homero! ¡de amor! – pero él no se estaba divirtiendo mucho, casi ni podía estar estable  en el amplio y cómodo sillón de la limosina, la mayor parte del tiempo se la pasó estampado en el pulcro suelo del monstruo negro y brillante, Flor iba a mil por hora.
- ¡Detente ya!
-¡No! ¡Aun no!
-¿Estas loca?
-¡No preguntes!
-¡Nos sigue una patrulla! ¡Detente ahora mismo, Flor!
-¿En serio, Homero? – alcanzó a ver sus pupilas por el espejito en el que tantas veces se había perdido admirando su belleza, ella estaba… feliz - ¡Mi primera multa!
-¿Qué haremos ahora?  Apuesto a que ni siquiera tienes permiso para conducir – le reprochaba Homero mientras ella se estacionaba muy lejos de la banqueta.
-Claro que no, Homero, para eso tengo chofer; pero no te enfades, sólo sígueme el juego – y era precisamente lo que él más temía.
-Señorita, se pasó cuatro luces rojas… - le dijo el oficial de transito, que al segundo siguiente se quedó pasmado ante el personaje que tenia enfrente - ¿Flor Remo?
-Sí, lamentó haber corrido tanto, es que el Sr. Homero tenia prisa por ir a descansar, ha sido un día muy largo para él… ¿no es así, señor?
-Sí, Flor… - contestó inseguro Homero – Llévame de una buena vez a mi casa
-No entiendo – interrumpió el oficial cuando ella sonreía embelesada por la mirada de su chofer, ahora supermodelo.
-Él es Homero, Oficial; soy Flor Remo, top model y … nos queda claro, una mala conductora; pero hoy soy una simple chofer.
-¿Me daría un autógrafo? – Los ojos del oficial de transito brillaban.
-Sí, hasta dos; pero debería considerar pedirle uno a él también – proclamó apuntando a Homero – él debería ser más famoso que yo, porque sueña con mi sonrisa, pienso en él y… en donde quiera que este, yo sonrió para él. Homero es más especial que yo, es la manera en que me mira, es la forma en que me toma de la mano, la forma en que abre la puerta de mi limosina, es la forma en que busca mi mirada en el espejo retrovisor, todas esas cosas son suficientes para conquistarme… como verá, no necesito de mucho, lo necesito a él, para ser quien soy.
-¿Eres Flor Remo?
-Ya se lo he dicho, sí lo soy
-¿Me da un autógrafo?
-¿Me pondrá una multa?
-¡oh, no, no! ¡Eso no!
-Entonces no, si no hay multa, no hay autógrafo
-¿Todo tiene que ser a tu manera? –Logró decir al fin Homero.
-También me conoce bien… en donde firmo señor oficial, ya quiero irme

Después de muchas firmas, Flor aceptó subir al cómodo asiento trasero, mientras Homero retomaba el mando del volante. Ninguno de los dos dijo nada por algunos minutos, ella estaba avergonzada pero no sabia muy bien por que; él prefirió callar y escrutar más a fondo los gestos que su Flor hacia, la conocía, pero la pasada escena le parecía muy irreal para caer. Se odió en silencio por eso.
-¿Fue suficiente, Homero?
-¿Cómo? ¿Suficiente?
-Para demostrarte que digo la verdad, que te quiero
-¿a mi?
-Si quieres, podría decírselo a Ignacio…
-Eso no, Flor; ni siquiera menciones su nombre
-No te ha hecho nada, ¿Por qué lo odias?
-¿No es obvio?
-Me encantaría que me dijeras por que, me encantaría
-Porque… - ya alcanzaba a ver la escalerilla del frente de la casa de Flor; Homero no quería llegar, pero de mala gana detuvo el auto, y muy en el fondo, sentía que se salvaba- ya llegamos.
-Sí – lo vio abrir la puerta, pero esta vez de una forma diferente, sus manos temblaban.
-Hasta mañana, Flor
-No, entra conmigo, cenemos juntos… por favor, Homero; aun tenemos cosas que hablar – o quizá se estaba condenando, pero aceptó.
-Sí, ¿tú cocinaras para mí?
-No te burles, sé cocinar mejor que tú señor perfecto
-Yo nunca dije que fuera perfecto
-A mi me lo pareces, Homero, es así de simple, digo lo que quiero, haz lo mismo tú y confiesa ya. – acababan de entrar tomados de las manos, la sala de Flor poseía muchos adornos que había ido recopilando a lo largo de su carrera, al publico le gustaba darle algo y aunque ella no recordaba muy bien quien se los había obsequiado, le gustaba guardarlos en alguna parte de su casa para conservar el homenaje que se había depositado en ellos. En un rincón, junto  a un pequeño reloj plateado que se encargaba de contar los segundos mientras Homero esperaba que Flor volviera de la cocina, estaba el último regalo que él le había dado por su cumpleaños, él había pensado que lo había tirado pues se había burlado de él y le había dicho que no se molestara, que de igual forma no le gustaría nada que pudiera regalarle, pero lo había  conservado. Y por un momento, Homero pensó que no era  un signo muy importante puesto que Flor guardaba todos sus obsequios; pero después  supo que eso era todo lo que necesitaba.

Era un anillo muy sencillo, lleno de muchas estrellitas de colores dentro de la piedra transparente que llevaba al centro. Flor sonrió al recordar las veces que había lucido el anillo ante el espejo de su tocador, una acción absurda si pensaba en todas las veces que había humillado a Homero, porque él le había dado el anillo. Aún distraída tomó los sándwich que había preparado, más por rapidez que por gusto. Quería que él le dijera de nuevo cuanto la quería, lo sabia muy bien, pero si no se lo decía, terminaría derrumbada y quizá mañana lo humillaría como había hecho siempre.

Cuando regreso se lo encontró con las manos en el anillo, luego la miró y le sonrió. Flor tuvo que mirar hacia atrás y fingir demencia.
-¿yo?
-Pensé que no te había gustado mi obsequio, Flor
-Eso creía yo también.
-Bueno
-¿Bueno?
-Sí, que bueno que lo guardaste, gaste una fortuna en él.
-Yo te pagó una fortuna, Homero.
-No juegues ya, quiero preguntarte si ahora estas tan consciente para responderme.
-No se que dices, pero pregunta – ella se acomodó a un lado  de él en el sofá
-¿Dices que me quieres, pero has pensado en todo lo que cambiaria si tu y yo estuviéramos juntos?
-¿Tu me quieres también?
-Te quiero, Flor, quiero estar contigo, pero no puedo ser todo lo que tú quieres, por más que lo intente, tendrás que amarme así, o no amarme.
-Eres todo lo que yo quiero Homero, estoy segura – Entonces él tomó la iniciativa y se acercó lentamente a sus labios, la besó y ella le acarició la mejilla dulcemente, porque todo lo demás era  silencio, Flor no podía escuchar nada más que el sonido de su corazón y el de Homero, dos corazones latiendo juntos. Y cuando se separaron, ni él ni ella supieron que decir.
-¿Jugamos a pregunta y respuesta? – soltó Flor para cambiar de tema, por alguna razón algo la asustaba.
-Es un nombre muy creativo, ¿no crees?
-Lo es, ¿Qué te parece si yo empiezo? Las reglas son, yo te hago mil preguntas y tú puedes hacerme dos.
-Eso no es muy justo, pero me da igual, empieza
-¿A que le temes?
-A nada, eso creo, pero desde que te conocí me avergüenzo de tener miedo de perderte, ¿Tú le dirías al mundo que Flor Remo quiere a un pobre chofer?
-No lo sé, pero a quien le importa lo que piense el mundo, después de todo, a ellos no les importa lo que yo pienso.
-¿Te casarías conmigo en secreto?
-En secreto sí, Homero; pero dime, ¿tu madre me conoce?
-No creo, a ella no le gustan las revistas frívolas
-¿Me estas diciendo…?
-No desperdicies tus preguntas – se apresuró a interrumpirla
-¿Sabes dar consejos?
-Hago lo que puedo
-¿Es cierto que naciste con una voz de querubín?
-era cantante de pequeño, hubiera sido famoso si no fuera porque herede la voz extra grave de mi padre
-¿Qué se siente abrir los conciertos de un famoso cantante a los seis años?
-Me hubiera gustado cantar para ti
-¿Aun lo recuerdas?
-No, eso fue hace mucho tiempo, jamás volveré a cantar.
-Eso lo supuse, pero me refería a mi padre, ¿recuerdas como era?
-Era un buen hombre, él siempre me trató como a  un hijo
-No lo dudó, pero yo no puedo recordarlo porque nunca estuvo cuando yo lo necesite
-A pesar de todo, él pensaba en ti y en tu madre, no puedes dudar que te quería.
-Por mucho tiempo te odie porque tú pudiste compartir algunos años de tu vida con mi padre, yo tengo dinero, Homero; pero tú lo tuviste a él, algo que yo nunca pude comprar.