viernes, julio 27, 2012

Adictos a la escritura: Juntos y de aniversario. ¡Felicidades queridos compañeros y compañeras!

Añoranza y un cisne

Hace exactamente dos horas cuarenta y siete minutos y dos, tres, cuatro segundos, que se cumplió el  quinto aniversario de su muerte. Ella era  como las estrellas brillantes, y los rayos de sol calientitos. Tan hermosa como una flor de primavera, como una fruta dulce o un pastel de chocolate, y cuanto la amo aún.

Hace diez minutos que cumplí sesenta y ocho años. Elfego, mi único hijo, me trajo un obsequio, él no es del tipo de hombres que envuelven cosas. En realidad no es ningún tipo de hombre en especial, sólo es Elfego.

 Llegó en su ruidosa motocicleta y se estacionó frente a la panadería, desde el mostrador, lo observé atravesar mi jardín, y como él siempre usa el camino corto, avanzó aplastando las flores silvestres de mi entrada.

Dio cuarenta  pasos en el local, observando las donas, empanadas y volcanes que había en las repisas.  

Después me miró y depositó en el mostrador una enorme caja de color verde que en los extremos tenía adornos morados.
Feliz cumpleaños papá.
También hoy murió tu madre.
¿Qué dices?, si tú todavía no te mueres.

Cenamos  café con leche porque él tenía prisa, relegue mi regalo hasta  el final, y cuando mi hijo se fue. Seguia sin interesarme  abrirlo. No podía dejar de pensar en ella, en su mirada. Así me dormí. Justo a los cinco minutos de que Elfego se fue a los diez minutos que había llegado.

Mi hijo jamás me perdono mi obsesión por los números y por “contar el tiempo”. Él me odia, y a mí me es indiferente. Al amanecer, abrí la caja que me había traído, arriba tenía unos pedacitos de papel china, abajo se asomaba una cabecita blanca y alada como un ángel hecho  ovillo.

Sentí miedo ante tal incógnita y deseaba retroceder los minutos, volver a la noche en que Elfego había puesto sobre el mostrador el obsequio. Y decirle que no quiero nada de él. Nada.

Porque su faz me recuerda a la mujer que le dio la vida, la que amo, la que perdí. Y es más doloroso de  lo que puedo soportar.

Yo tenía sesenta y ocho años y nueve horas y dieciocho minutos con cuarenta y seis segundos, cuando ví por primera vez a un cisne, tan blanco como la nieve, como un cielo nublado a punto de llover. Y era hermoso, no más que la madre de mi hijo Elfejo, pero hermoso por sí mismo.

EL cisne estaba agonizando. Las plumas blancas y brillantes se pegaban a sus costados como aplastadas por un gesto vergonzosamente maternal que incluye saliva.

Entonces comprendí que mi destino era evitar su muerte, y tome en mis brazos la enorme caja, el papel de regalo hacía que se resbalara de mis manos pero cuarenta paso y cincuenta y siete cadáveres de flores silvestres pisadas después, logre llegar a mi vieja camioneta.

El cisne abrió lentamente sus ojitos negros en dos ocasiones. Me observaba lidiar con el tráfico como si de verdad le importara, sin embargo no pude evitar que se me escapara una sonrisa.

Al fin llegamos al lago de la ciudad, estaba repleto de gente y gritos. Hacía ya cinco años que no iba por ahí, había demasiado amor letal, me mataría porque yo ya no tenía a mi amor.

Lance el cisne al agua ante miles de curiosos transeúntes.

En el bolsillo de mi chaqueta empezó a sonar  mi celular. Era Elfego que me preguntaba si me había gustado mi regalo, y entonces olvide como contar el tiempo, mientras veía a mi obsequio alejarse nadando.



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