viernes, abril 26, 2013

Adictos a la escritura: Abril. ¡Ponle un título!


Ayudar debería significar sentir y sentir debería significar vivir, pero el siseo de las burlas que cuchicheaban y las oportunidades que tenía que desperdiciar casi siempre, ya no lo dejaban continuar. Sentía que los días eran rutinarios y monótonos, que nada divertido sucedería en su vida, sentía que seguiría ocupado, ayudando y respetando conforme era su deber, que seguiría haciendo todo aquello que es muy importante pero que nadie hace.

Sentía que estaba solo, contra el mundo que lo llamaba tonto, contra los absurdos pretextos de la sociedad que están hechos para que personas como él no ejerzan sus valores. Todos estos valores son gratis, no se tiene que estudiar largos años en la universidad o pagar colegiaturas altas para obtenerlos, cualquiera que se decidiera los disfrutaría, pero tal vez, como él, se cansaría pronto de ellos. Realmente esa no era su intención, pero día a día sentía cada vez más ganas de tirar el protocolo escogido a la basura y empezar de nuevo, ser malo e indiferente, de sangre fría para dejarse arrastrar  a los bajos placeres del mundo, a los vicios, a la corrupción y a las vanidades. Sin embargo sabía exactamente cuál era su destino y la maldad no estaba en él, por las mañanas sentía con toda naturalidad el impulso de tomar una bolsa y caminar por la calle recogiendo basura, porque era seguro que el exceso de esta dañaría al planeta y no estaba dispuesto a permitirlo.

Una tarde, mientras caminaba por las calles de la ciudad con el sol caluroso quemando sus sienes, observó que había un hombre ebrio tirado en la banqueta, ese hombre poseía juventud  pero a pesar de eso su gesto era decadente y su mirada, arpía.

El hombre y sus valores hicieron caso de la solidaridad, pensando que si había bebido tanto era porque tenía algún problema grave que no le permitía ver otra salida y lo tenía apresado. Sabiendo cuál era su deber, se acercó a su prójimo en desgracia y le tendió su mano como apoyo.
—¿Por qué? —le dijo el hombre que se hallaba tirado al otro hombre que trataba de ayudarlo
—porque aquí estoy y tú me necesitas —contestó el otro con ternura
—mis problemas no tienen solución
—si es sobre la vida, qué más da si aún es tuya, si es sobre un amor, levántate ahora que lo mejor viene luego, y si es de muerte no hay problema porque tus ojos aún están mirándome y si la muerte tiene solución todo lo demás también la tiene.
—No es nada de eso —dijo el ebrio y se fue tambaleándose.
—Al menos se levantó — dijo el otro, suspirando.

Días después volvió a encontrar al mismo hombre y volvió a hablar con él pero de modo diferente, sucedió que cuando salió a pasear lo alcanzaron para asaltarlo, y el asaltante era el mismo hombre al que había tratado de ayudar, ahora estaba rígido y de pie apuntándole a la cabeza con un revólver.

El hombre que siempre se portaba bien y nunca rompía reglas, sintió repulsión por sí mismo y de sus ojos brotó una lágrima. Aún así levanto la cabeza y miro fijamente el otro ser que lo amenazaba con robarle la vida sino le daba todo su dinero. Eso se ganaba por tratar de ser cordero en cueva de lobos, esa era su recompensa y ese era su eterno destino.

Decidió no rendirse, decidió gritar con la voz del silencio que nadie escucharía, decidió reír aunque los demás lo obligaran a llorar, decidió topar de nuevo con el yelmo obstinado de la maldad humana y extendió su mano.

Él que estaba enfrente dijo solo dos palabras: “Tú morirás…”, y el amo de los valores terminó la frase:              “… pero no hoy, porque tus ojos y los míos aún están abiertos, y yo estoy aquí para ayudarte”.
El delincuente, redimido, bajó el arma y lo miró desconcertado, también tendió la mano y estrecho con fuerza la otra mano que por segunda vez le insistía por su amistad.
—Perdón ­— Pronunció con los ojos humedecidos y la voz quebrada. Desde aquel día no necesito más que a su amigo y se avergonzaba al pensar que había estado a punto de matar por dinero. Y el otro hombre, el solitario y monótono, tuvo por fin un amigo con el cual acompañarse en las eternas  jornadas de valores, y los ojos de ambos permanecieron abiertos por mucho tiempo.