Esa noche discutieron un rato por El Negro, que si era un desconsiderado, que por vender droga les había arruinado el negocio; mientras Milagros lo defendia, por ser su amado hijito, Amparo daba alaridos de coraje; en eso llego Sagrario: “ Ya nos cayo la chota” , les aviso; las tres salieron al bar, donde un comandante de la policía , estaba interrogando a las meseras.
-Vengo buscando al negro, ¿no lo conoces?– nadie le respondió y volvió a preguntar - ¿alguien sabe quién es el negro, Felipe Quezada?- hasta que el mismo Negro le respondió.
- ¿y usted quién es? – lo reto huraño y con la mirada sombría desde una esquina del bar – Este es un negocio legal y en regla.
- Nadie viene por el negocio” legal y en regla”. Yo vengo buscando a Felipe Quezada Alias el negro, por venta de estupefacientes- salieron las cotuchas, hablo Milagros reprochándole al policía que las dejara en paz. - ¡Ya le dije señora, que no vengo a clausurar su negocio! Vengo a buscar a Felipe Quezada Alias El negro - un breve silencio le siguió a su respuesta hasta que mi hermana Caridad, le dijo con los ojos que lo tenía enfrente.
- ¡arrestenlo! – ordeno el comandante, pero ya El negro tenia en la mano un pistola, y a pesar de eso se quedo corto, y el policía abrió el fuego, disparando una certera bala al corazón.
Cayo y con él Milagros, llorando y clamando por su hijo muerto. Entre el murmullo y los gritos, Caridad se tiro a los pies del comandante, le imploraba llorando:
-¡por favor sálvenos! ¡Nos tienen secuestradas! ¡Por favor, sáquenos a todas!¡por favor! ¡por favor ayúdenos!
Me apresure a levantarla, la abrace y le tape la boca con la mano; ella luchaba resistiéndose, pero la obligue a callar, si no, sería peor el castigo. Desde la barra ataco Carmen: “Aquí la que es wila es wila porque quiere”, era la comadre de las cotuchas, por esos días.
No llevaron a todas a la delegación. El comandante sentó frente a él a las tres perversas cotuchas, mientras nos llevaron a nosotras a interrogarnos también.
-Usted no tiene ningún derecho de hacernos lo que nos esta haciendo, ¡óigame bien! – sentencio Amparo
-sepa usted, que somos influyentes, conocemos gente de muy altos niveles, fíjese.- alardeaba Sagrario
-¡con su sangre, me va a pagar, desgraciado, la vida de mi hijo! – clamo Milagros.
- ¡Les suplico señoras que se limiten, a responder las preguntas que yo les hago! – paro el comandante
El lio que mi hermana había armado era el asunto, pero ellas respondieron diciendo que era imposible que le creyera mas a una “piruja”, que a unas empresarias tan respetadas como ellas, que ellas garantizaban calidad seguridad e higiene; yo escupí todo, y por eso fueron a revisar el patio del burdel.
Les indique el lugar en donde debían cavar para encontrar los cuerpos, primero hallaron el esqueleto de un perro, y las cotuchas se reían, argumentando que ni a sus mascotitas dejaban descansar en paz.
-La Caridad esta enterrada allá – indique con la cabeza, y la sonrisa se les borro del rostro.
Empezaron a cavar bajo sus frías miradas, que distaban mucho de ser de asombro; no había nada, y les indique que les faltaba poco, que siguieran cavando; hasta que por fin, la mano de mi hermana surgió de la tierra.
Gire el rostro, y el comandante me decía que tenia que mirar el cuerpo para identificarlo.
-¡necesito que identifique el cuerpo!
- ¿tiene un tubazo en la cabeza, no?
-¿Cómo lo sabe?
-porque yo la mate.
Porque las cotuchas nunca mataron a nadie, nos manipulaban cruelmente, nos volvieron asesinas. Ellas argumentaron que ocultaron los cuerpos para proteger nuestras almas perdidas, que eso se sacaban por andar haciendo favores: “Eran terribles, todo lo que le platiquemos es poco, comparado con la realidad”
Encontraron 18 cuerpos, entre mujeres y recién nacidos; les pidió que les hablara de la primera victima, fue Chayo, que murió desangrada después de un aborto, las “señoras” no quisieron comprarle las medicinas que receto el doctor; y la enterramos en el patio, entre rezos, cantos luctuosos, e insultos de advertencia para las demás.
Se entero de eso, y de que muchos diputados, alcaldes y jueces las ayudaban; el problema, decían ellas, era cuando venían los malos tiempos, en donde no hay comida, “y si no hay comida, empiezan los líos”
Se referían a aquella tarde, en que mientras nosotras comíamos, Carmen barría la entrada; “para que la próxima vez, no me conteste como me contesto, comadre, ahí te vas a quedar sin comer, y tienes que lavar los vestidos de estas mugrosas”; Carmen rogaba: “me estoy muriendo de hambre Doña Milagros”, poco les importo a las cotuchas y mas la recriminaron.
Caridad estaba sentada junto a mi, cuchicheo, y yo la calle, pero nos escucharon, y reprendieron, “cállate, y comete esos frijoles”, otra les contesto: “Si son una porquería estos frijoles, ni cocidos están; es vil agua puerca con frijoles duros”.
“¡queremos comida! ¡Queremos tragar!” se oyó en coro, “ ¡ya ,ya cállense, malparidas, ves lo que provocas Caridad, todo esto es tu culpa!”, “ella no sabe lo que hace, esta enferma”, respondí, “pues yo no me voy a comer estos frijoles”, reto otra, “ te los comes, o te muelo a palos”, “ pues no me los trago, ¡yo no me voy a tragar esta porquería, ni que fuera perro!” , desquiciada, azoto el plato en el suelo, regando los frijoles y salpicando de caldo nuestras faldas.
“Ahora si te mueres, desgraciada”, sentencio Amparo, “¿Quién va a castigar a esta”; “¿por que no la castigas tu, Carmen?”, propuso Milagros “ prefirió tirar la comida para que se la coman los perros, antes de que te la comas tu, ¡castígala!”, ”ándale castígala”, animo Sagrario. “¡castígala! ¡Castígala”, resonaba en toda la habitación, y una manada de mujeres rabiosas se fueron contra una, tomándola de los brazos y la cabeza; “ahora si me la voy a comer… ¡ya me los voy a comer!, por favor, ¡ya me los voy a comer! ¡ahh!” , suplicaba la infeliz mientras la golpeaban. Yo estaba sentada a la mesa, y Caridad sollozaba abrazada a mi, mientras las cotuchas terminaban de comer tranquilamente y los gritos y los sonidos de los golpes, el sonido de la muerte, inundaba el lugar.
También la enterramos en el patio, donde Caridad depuso varias veces; enojadas, las Cotuchas me preguntaron que le pasaba, les respondí que estaba enferma, que la iba a cuidar mucho, para que se curara y no las molestara.
-¿y esa fue la forma de… cuidar a tu hermana? – me pregunto con dificultad el comandante Galeana, recordando mi respuesta en la revisión: “porque yo la mate”. Lo mire un momento a los ojos, y después baje la mirada, me hacia trizas el dolor, el remordimiento.
A Caridad y a mi, nos sacaron las cotuchas de nuestro humilde casilla en el campo, les prometieron a nuestros padres, que nos acomodarían en una casa de sirvientas, y que cada quince días les mandaríamos dinero, “ahí te encargo a tu hermanita”, fue lo ultimo que me dijo mi padre al despedirse.
Al llegar descubrimos el horror, nos dijeron: “aquí vienen a trabajar, a estarse calladitas y con las piernas bien flojitas”. La primera noche, Sagrario regateo por mi con un licenciado, “usted saca su dinerito de los impuestos de empresarios honrados como nosotras, de ahí saque algo para sus antojitos”, le dijo.
“ En algunos cadáveres hay muestras de heridas y contusiones, huellas de maltrato físico…” ; leyó el comandante Galeana en frente de las cotuchas; “no es maltrato físico, sino disciplina”, se excusaron ellas, “ no hay empresa que prospere sin disciplina”.
Yo les dije una vez a las perversas cotuchas, “señoras, ya me voy a portar bien, y voy a trabajar todo lo que ustedes quieran”, “pues para eso estas”, “pero ya no le peguen a mi hermanita”, “tu no vas a venir a decirnos a quien castigar o no, aquí todas son wilas y trabajan para nosotras”.
Yo llegue a ser su “comadre”, nos promovían de nivel, cada año elegían a la mejor portada para vestir al niño Dios, y así nos convertíamos en “familia”, en “comadres”.
Comíamos todas sentadas a la mesa, Caridad tocio fuerte y se levanto para luego vomitar en frente de todas; las cotuchas me hicieron una seña, debía castigarla. “castíguenla”, musite y las demás se pararon a darle de golpes, Caridad chillaba al mismo tiempo que yo masticaba los frijoles duros. Quedo muy mal herida, y yo la cure; ella me decía entre lagrimas: “ya no quiero que me peguen”.
Muertas de hambre, flacas y ojerosas; las cotuchas nos miraban y decían: “que asco me dan, nada mas míralas”, “parecen vacas flacas, llenas de miados, porquería”, “así tan jodidas, y apestosas, nadie las va a querer”, “mejor habríamos de matarlas a todas”.
“Milagros, ¿Cómo se cobro la vida de su hijo?, le preguntaron; “me obligo a matar a mi hermana, ella me obligo a matar a la caridad” reproche, “¿yo?, ¡tu estas loca!, yo nunca te obligue a nada; así como la ve, esta si se escabecho a su propia hermana”, “lo hice por defenderla”, “¡di lo que quieras!, que a mi me vale gorro; yo nunca le pedí nada a nadie, porque para lo que yo necesitara tenia a mi hermanas, juntas nos agarraron, juntas nos refundieron, siempre juntas…” , “si tu mataste a palos a tu hermanita, allá tu y tu conciencia, ¿no?”, “ ¿usted nos ve matándonos a palos, arañándonos entre nosotras?, No, señora, nosotras somos hermanas, y la familia es sagrada”.
La tarde en que mate a Caridad, estábamos afuera, mi hermana me abrasaba y llegaron las cotuchas, Milagros clamaba: “me mataron a mi hijo”; “por tu culpa, ¡por tu culpa, maldita” , se dirigió a Caridad, “si mi hijo esta muerto, tu también te tienes que morir, ¡me oyeron! ¡Mátenla!”. Nos acorralaron y yo tome un tubo para amenazarlas, las demás ya tenían en las manos piedras y palos, no se me ocurrió otra cosa, y descargue un golpe tremendo sobre la sien de mi hermana, ella cayo sin vida, y la manada de mujeres furiosas la rodearon atacando su cuerpo inerte, yo me aleje bajo la mirada de las perversas cotuchas.
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