miércoles, septiembre 26, 2012

Adictos a la escritura, El mes del asco


 Adaptación de leyenda urbana
Por favor, no me comas
Mientras Quina y Julieta preparaban la salsa,  Viviana destazaba con agilidad un gran trozo de carne. En la tarja de la cocina corría un líquido tan rojo como el  tomate que las hermanas menores machacaban en el molcajete. El reloj marcaba las 11 y cincuenta, tenían apenas cuarenta minutos para  preparar  el guisado, su padre llegaría en punto de las 12:30 y no  podría esperarlas.
Si no hubiera sido por el perro que les había robado la barbacoa que habían comprado en el mercado, no tendrían que lidiar a las prisas. Julieta le tenía miedo a su padre, y entre sollozo y sollozo iba condimentando el caldo; no estaba tan segura de librarla y aunque sus hermanas mayores ya le habían dicho que se tranquilizara, ella no podía evitar pensar en lo que les esperaría si la carne aun no estaba servida.
El padre de las mozas era un tirano en cuanto de sazón se trataba, que si esto muy salado, que si muy crudo, que si no le pusieron suficiente clavo. “Da igual, lo hecho está hecho”, cuchicheó  Viviana al oído de Quina.
¿De quién había heredado el labrador su carácter estricto?, de nada menos que de su madre, la única abuela que les había sobrevivido de la revolución  a las tres hermanas.
Y dieron las doce y media,  las pisadas del caballo se escuchaban  puntuales en la entrada de la casa, y un par de segundos más tarde; el señor de la casa estaba entrando y sentándose en la mesa.
Quina se acercó tambaleándose con un jarro de café, y Viviana le sirvió un enorme filete entre cuadrado y triangular; Julieta, que veía venir el regaño por tal error, se apresuró a depositar el tortillero frente a su padre.
Después pareció que la suerte les  favorecía, pues el hombre empezó a comer satisfecho, sin decir ninguna palabra, incluso  soltó un murmullo como diciendo: “Que rico está todo”. Sin embargo, lo cierto es que el exigente padre llevaba ya un ratito oyendo una vocecita a lo lejos, le sonaba conocida y le decía: “no me comas”, “por favor no me comas”.
¡Viviana! — llamó a su hija mayor, era la que más se parecía a su difunta esposa, la miró de píes a cabeza, tenía el delantal azul cielo manchado de rojo carmesí, como si hubiera matado un ratón restregándoselo en el estomago.
¿Si, papá?
¿Hoy no quiso comer tu abuela?
-No contestó Quina temblando, la segunda de sus hijas era más bien torpe y gorda, su nula belleza se veía compensada por la extraordinaria fuerza que demostraba al tirar golpes, varias veces la había castigado por golpear a sus enemigas en la escuela. No usaba delantal por ser tan puerca, pero la ropa que traía estaba tan manchada de sangre como la de su hermana mayor.
¿Por qué?
-No sé apoyó Julieta, esa era la viva imagen de su padre, algunos rizos rubios le caían en la frente, los ojos claros y una nariz perfecta, fue entonces que el hombre se sorprendió, en la mejilla izquierda de la más pequeña de sus hijas se paseaba una gota de sangre seca, del mismo color que la sangre en la ropa de sus hermanas.
-Voy a verla dijo el hombre y se levantó rápidamente de la mesa.
Viviana, Quina y Julieta se atravesaron en su camino, él las miro furioso y las apartó bruscamente para ir a la recamara de su madre.
Y ahí se la encontró… tapadita aun con su chal celeste, con la mirada hacia el techo, y la boca ampliamente abierta, le faltaba la mitad de la espalda, y uno de los huesitos de la columna yacía en el suelo en un charco de sangre; horrorizado, se le puso el rostro blanco, y los ojos humedecidos y cuadrados se volcaron desorbitados  por la tétrica escena sangrienta.
Sucedió como Julieta había dicho: “No nos va a dar tiempo de limpiar el cuarto de la vieja”, y así ocurrió. 
El aterrado hombre notó al fin el rastro rojo que se extendía hasta la puerta, de un salto se alejó del intestino maloliente que estaba pisando, se salpicó un poco de esa sangre que también corría por sus venas, el aire tenía un olor a azufre que penetraba cada poro de su piel de gallina. Al salir de la habitación, el hombre disgustado para comer, ya no encontró a sus tres hijas, sino a unas fieras y terribles lobas, que lo miraron gruñendo y pelando los dientes mientras avanzaban hacia él. ¿Quizás pensaban ya en prepararse la cena?

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¡Hola! Gracias por venir a leer mi relato, este mes nos tocó escribir algo gore, muy asqueroso, si quieres más sangre, vean los relatos de mis compañeros AQUI: