Y de niñas, jugaron a abrir el ropero con una llave imaginaria,
y se durmieron en un regazo seguro,
y les contaron cuentos,
y las enseñaron a rezar.
Las escritoras también tienen abuelita,
una que las consentía mucho, mucho,
y ella, mi abuelita, soportó tantas veces
mis largas entrevistas, todo en bien de la literatura.
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