viernes, octubre 28, 2011

Relato 10. Inspirado en mito urbano


La muñeca de Guille

Con rotunda alegría, Guille jugaba a preparar té en el porche de su casa; su madre la miraba desde la cocina mientras preparaba  la cena.

Cuando el padre de Guille termino de cenar, la madre la llamo para que fuera a dormir; renegada y absorta en el juego, la pequeña continua sirviendo té y panecillos a su muñeca en la vajilla de plástico rosita que tenia acomodada en todo el porche.

Volvió a llamarla su madre, Guille volvió a ignorarla, ya le había dicho que no debía jugar con su muñeca en la noche argumentando que se convertía en bruja cuando daban las doce. Guille no le creía del todo y cuando vio que su madre se dirigía a ella, empezó con rapidez a empujar los panecillos de lodo en la boca dibujada en la muñeca de tela.

-Anda  - ordeno - ¡come rápido! ¡Ya viene! – se distrajo un poco la pequeña niña, y volteando hacia su madre, escucho una vocecita chillona:

- No tengo dientes- y al volverse, se encontró con su muñeca de tela sonriendo con la boca abierta, y que en efecto, estaba chimuela.

Relato 9. Basado en leyenda internacional


Valentín

Medio desmayado por los azotes, Valentín estaba tirado boca abajo en el frío piso de la celda; su cabello, largo hasta el hombro, estaba revuelto y enredado. Abrió los ojos cuando sintió que las ratas se escondieron y escuchó a lo lejos unos pasos suaves.

Estaba condenado a muerte. Los motivos eran superfluos, y no importaban nada ahora; más relevancia tenia haber pasado una vida entera creyendo y apostando por esos motivos, y perecer sin más bajo la mano tirana de una sociedad aturdida por sus propios gritos.

Los pasos fueron seguidos por unos chirridos graves y la puerta de su celda se abrió. Una figura liviana, de aspecto suave como sus pasos, rubia como un querubín, se asomó depositando en el suelo una bandeja de comida.
¡Espera! musitó rogando que ella pudiera escucharlo
No… no puedo… titubeó ella con un pie ya fuera de la celda y una mano en la tosca cerradura
¿No puedes… qué? retó como última esperanza
No puedo hablar contigo.
¿Por qué?
Porque eres el prisionero de mi padre, estás condenado a muerte por unos crímenes crueles que cometiste, y yo no puedo ni quiero liberarte, esa es mi razón, si tu razón para hablarme era recuperar tu libertad... entonces, todo está perdido.
¿Por qué hablas de mí, como si me conocieras?
Todos los presos quieren que los libere.
Yo no, déjame presentarme, mi nombre es Valentín. Ya estoy resignado a morir, pero sería mejor morir sabiendo que alguien me extrañará. Como estoy ahora, nadie se acordará de mí.
¿Cómo podría extrañarte si no te conozco? Mi padre es un verdugo, eres para mí lo que sería una res para la hija de un carnicero.
Tienes mucha razón, pero te pido, te ruego y te imploro, que te quedes un breve momento a conversar conmigo, cuando vengas…
No puedo.

Ella salió de la celda rápidamente, cerró con fuerza la reja y puso el candado, mientras él la miraba suplicando misericordia. Al día siguiente, Valentín le insistió de nuevo, pidiéndole  por su amistad.

Después de un par de días más, Primitiva, aceptó conversar con él; hablaban de cosas sencillas,  Valentín le mostraba su opinión del mundo, y ella le explicaba como preparaba el menú del día.

Hicieron crecer una amistad en medio de la sentencia de muerte que rondaba a Valentín; y el día en que debía cumplirse, Primitiva rogó a su padre que perdonará a su nuevo amigo, pero el verdugo no hizo caso a sus súplicas pues no era su ley la que obedecía sino la de los superiores dirigentes de la ciudad.

Primitiva se quedó encerrada en su casa y luchó todo lo que pudo por salir a liberar a Valentín, pero no lo logró. Murió aquel hombre, y alguien se quedó en el mundo extrañándolo y llorando por él.  

Después, miles de personas festejaron  y enviaron cartas de amor el día de su muerte: 14 de febrero. Todos inspirados, aunque no lo sabían,  por un trocito de papel que Valentín dejó en su celda para Primitiva, era una despedida y la firmo con un: “Con amor. Tu Valentín.”